blog de hwang-ho 黃河

17 octubre 2005

¿En qué piensan los intelectuales?

Conversación entre Santiago Alba Rico y Belén Gopegui:

En la sesión que cerró el seminario ¿Qué significa hoy pensar políticamente?, Belén Gopegui, autora de libros como La escala de los mapas, Tocarnos la cara, o El lado frío de la almohada, leyó un fragmento de su intervención en el IV Encuentro Hemisférico de Lucha contra el ALCA que se celebró en La Habana (Cuba) entre el 27 y el 30 de abril de 2005. En esa intervención hablaba de un cuento en el que se asegura que si una rana cae dentro de una olla con agua a 50 grados, comprende inmediatamente el peligro que corre su vida y salta fuera. Sin embargo, si la rana está dentro de una olla con agua fría que se va calentando lentamente hasta que alcanza los 50 grados, no advierte el peligro, se queda quieta y sin reaccionar y, finalmente, muere.



"Quizás en Europa, señaló Belén Gopegui, hay en estos momentos un montón de ranas adormecidas por el calor que se obtiene de expoliar a otros pueblos". Y no reaccionan, porque hace mucho tiempo que están dentro de la olla. Pero saben, o al menos intuyen, que el agua está cada vez más caliente, que en la actualidad, no sólo está en juego la dignidad de dos tercios de la población mundial, sino la propia supervivencia de la humanidad.

¿Sería posible cambiar el final del cuento, e imaginar que en Europa puede ocurrir algo -una catástrofe, un error de cálculo, una sucesión de pequeños acontecimientos imprevisibles e incontrolables- que permita que todas esas "ranas adormecidas", adviertan el peligro y reaccionen exigiendo "bondad, dignidad y sentido común"? Belén Gopegui cree que sí, porque las reacciones de los seres humanos, a diferencia de las ranas, están determinadas no sólo por condiciones objetivas, sino también subjetivas. Y estas últimas -que dependen todavía de cosas que ni el fascismo ni el capitalismo pueden controlar- hacen que "una persona mansa y temerosa, cobre valor y vida". "A veces, añadió la escritora madrileña, un país entero, resistiendo y avanzando, puede convertirse en suministrador de esas condiciones subjetivas para el resto de mundo. Como hace, a día de hoy, Cuba".

En este punto de su intervención Belén Gopegui se lamentó de que con demasiada frecuencia se olvida que escritores y artistas son también trabajadores. A su juicio, eso ocurre porque su trabajo es confuso. "Un zapato es un zapato, explicó, y cualquiera sabe para que sirve. Pero no es tan fácil saber para que sirve una historia y un sueño". En cualquier caso, igual que los demás trabajadores, los escritores y artistas tienen jefes y según Belén Gopegui, deben luchar contra ellos para lograr que sus obras ("las historias que inventan y los sueños que imaginan") no estén al servicio de los intereses del Capital.

Y en esa lucha, no siempre es fácil saber cuando se acierta. En este sentido, Gopegui cree que la Revolución cubana puede suministrar "condiciones subjetivas" a los artistas e intelectuales europeos que, según ella, necesitan mucha ayuda en su trabajo, pues hay demasiadas cosas que no son capaces de contar. "Por ejemplo, subrayó Belén Gopegui en la fase final de su intervención en el seminario ¿Qué significa hoy pensar políticamente?, no hemos sabido contar que el bienestar de los países occidentales se apoya en el expolio sistemático del resto del planeta, que las aceras de nuestras calles están ensuciadas por el miedo de otros, por la desolación de otros, por el 'ahí te pudras' que aflora en nuestros labios cada día, lo queramos o no. Porque ningún habitante de un país capitalista puede eludir la obligación de pronunciar en algún momento ese 'ahí te pudras', ni evitar que otros lo digan en su nombre".



Tras la intervención de Belén Gopegui, Santiago Alba Rico, autor de libros como Dejar de pensar o Torres más altas y guionista de "Los electroduendes", señaló que aunque en el folleto del seminario aparece presentado como filósofo, él prefiere autodefinirse como agitador político-literario. "Pues filósofo, subrayó, es una palabra que me queda muy grande. En cualquier caso, hago mía la idea del pensador alemán Gunther Anders de que lo que no tiene sentido, y menos en la época actual, son los filósofos que sólo escriben para otros filósofos. Es como un panadero que sólo hiciese pan para otros panaderos".

Asumiendo voluntariamente un papel de agitador político-literario, Alba Rico asegura que el principal objetivo que busca con su "trabajo intelectual" es hacer que las "ranas adormecidas" de las que habla Gopegui, salten de la olla antes de que acaben escaldadas sin ni siquiera darse cuenta. "El problema, reconoció, es que en la actualidad nos enfrentamos a un horizonte de percepción nulo, sin profundidad, a un presente fragmentado y frenético en el que constantemente están ocurriendo cosas y, al mismo tiempo, nunca sucede nada".

Pero, ¿qué tiene que pasar, o qué ha tenido que pasar, para que ocurra lo que ocurra, nada nos cambie?, ¿para que en un mundo caracterizado por la renovación permanente, y en el que constantemente estamos expuestos a acontecimientos calificados como históricos (desde un partido de fútbol a un debate televisivo, desde unas elecciones a la muerte de un líder político o religioso...), pase lo que pase, siempre todo siga igual?

Siguiendo a Gunther Anders (autor de La obsolescencia del hombre), Santiago Alba Rico cree que el olvido al que se ha sometido un episodio histórico reciente -el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki- simboliza el inicio de esta época paradójicamente amnésica. Y hay que tener en cuenta que esa absolución del crimen cometido por el ejército de EE.UU contra los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki, es inseparable de la continua rememoración del Holocausto (concebido, a su vez, como el acto más atroz e imperdonable que se ha realizado contra un pueblo en la historia de la humanidad). "Cuanto más recordamos lo que queda de Auswitch, señaló Alba Rico, más olvidamos lo que queda de Hiroshima y Nagasaki. A pesar de que eso que queda, representa, en estos momentos, la mayor amenaza para la supervivencia de la humanidad".

Más allá de la tendencia (inscrita en la base misma de la razón occidental) a mirar hacia adelante y a confiar en un progreso continuo de la historia, existen mecanismos estructurales en las sociedades contemporáneas que explican el vacío de ese horizonte de percepción. Según Alba Rico esos mecanismos tienen que ver con lo que llamamos "gusto", es decir, con el conjunto de dispositivos simbólicos a través del cual una sociedad determinada legitima ciertos discursos, gestos e imágenes, mientras desacredita, desprecia u obvia otros. En este sentido, el autor de La ciudad intangible habla de la asunción por parte de los ciudadanos de una "estética de la aceptación" (o de la resignación) que hace que no importe los datos que lleguen a conocer, porque el conocimiento de los mismos no modificará su comportamiento.

A su juicio, esta estética de la aceptación se articula en torno a dos ejes estrechamente vinculados entre sí, la novedad (que construye el horizonte del deseo) y la obsolescencia. Dos ejes que se sitúan en la propia base de la sociedad de consumo, cuyo funcionamiento depende de que los procesos de renovación continua de las mercancías (tanto físicas como simbólicas) nunca se paralicen. "Lo inquietante, señaló Alba Rico, es que como dice Bernard Stiegler, en la sociedad actual el deseo se ha apoderado de todo, pero, al mismo tiempo, ya no hay procedimientos de sublimación". Es decir, el Ello (concepto que en psicoanálisis hace referencia a las tendencias impulsivas que parten del cuerpo y que están relacionadas con el deseo en un sentido primario), domina todo nuestro horizonte de percepción, sin que nada se le interponga. En este sentido, Alba Rico describe la estética de la aceptación como "una estética del dominio sin trabas del Ello". Lo paradójico es que esa totalización del deseo, se produce a partir de una represión del cuerpo que tiene dicho deseo. "Esto es, puntualizó Rico, a partir de una descorporeización del propio deseo".

La obsolescencia (o, más exactamente, el terror a la obsolescencia) sería lo único que en este proceso de construcción del deseo sin sublimación, queda reprimido, convirtiéndose, por tanto, en la maldición que hay que estar permanentemente combatiendo. Según Alba Rico, en la medida en que esta estética de la aceptación se basa en un dominio sin trabas del ello, se puede decir que es suicida (pues su obsesión por la novedad refleja una perpetuación del instinto de muerte), pero también mortífera (está constantemente reprimiendo la destrucción -los muertos- que ella misma produce). Para el autor de Las reglas del caos, el olvido de la tragedia de Nagasaki e Hiroshima (o, más recientemente, el olvido de los bombardeos que han sufrido las poblaciones de Faluya, Bagdad y otras ciudades iraquíes) tiene que ver con ese proceso de represión de los muertos que produce la sociedad de consumo (y que son necesarios para que ésta pueda sobrevivir) y que legitima la estética de la aceptación. "Por ello, aseguró, esta estética de la aceptación -presidida por el dominio sin trabas del ello en un horizonte de percepción sin profundidad- constituye, en sí misma, un acto de guerra permanente".

En este contexto, los intelectuales críticos que, como "psicoanalistas de la acción colectiva", traten de desmontar las tan sutiles como efectivas estrategias de sumisión y dominio que impone la lógica capitalista-consumista, deben sortear varias dificultades. La primera tiene que ver con el hecho de que, hoy día, lo que nos oculta la realidad es, justamente, que ya nada está oculto. "O en otras palabras, señaló Alba Rico, la realidad permanece velada -anulada, aniquilada, ocultada- debido a su absoluta transparencia, a su propia forma de exhibirse impúdicamente".

Si en la modernidad, el objetivo de los investigadores sociales era hacer visible ("alumbrar") aquello que estaba escondido y reprimido (que no se veía), hoy nos enfrentamos a un horizonte de percepción en el que todo es visible y ya no hay nada que desenterrar. Un mundo de deseo sin sublimación, en el que políticos, intelectuales, artistas, tenderos..., asumen que aquello que gobierna sus vidas, no es algo tangible (y, por tanto, identificable y sustituible), sino una superestructura económica ante la cual, piensan, poco o nada se puede hacer. "Si todo es visible, si todo está dicho, precisó Alba Rico, la labor que históricamente se le ha atribuido a los intelectuales -sacar a la luz lo que está oculto- ha dejado de tener sentido".

En este punto de su intervención, el autor de Volver a pensar recordó que Noam Chomsky ha llegado a decir que basta leer los periódicos más conservadores para enterarse de las terribles injusticias que sufre la mayor parte de los habitantes del planeta. Sin embargo, eso no cambia nada, porque en un mundo dominado por el Ello, nada existe, nada tiene relevancia ni consistencia ontológica. Y asumiendo -de modo más o menos consciente- esta mentalidad nihilista, los habitantes de la sociedades occidentales terminan aceptando con naturalidad, no solamente la destrucción de otras partes del mundo, sino también la condena a muerte de la propia humanidad (entendiendo ésta tanto en su sentido histórico-cultural como biológico-genético).

Teniendo en cuenta todo esto, Santiago Alba Rico cree que el papel del intelectual hoy en día es alertar de ese peligro, sin dejar de denunciar el "doble rasero" con el que se miden las cosas dependiendo de quienes sean sus protagonistas y/o afectados. Un doble rasero que incluso con frecuencia asumen sin indignarse (o, al menos, sin rebelarse) las clases más desfavorecidas del planeta, aceptándolo implícitamente como algo natural o, en todo caso, como una injusticia inevitable contra la que no se puede luchar. "Ese doble rasero, explicó Alba Rico, hace que, por ejemplo, se permita que EE.UU invada un país como Irak, a la vez que se exige a Siria que retire sus tropas de El Líbano; o que se condene a Cuba por sus presos políticos, mientras se justifica que sigan existiendo espacios en los que se incumplen sistemáticamente los derechos humanos como el centro de detención de Guantánamo".

Ya en la fase final de su intervención en la sede de La Cartuja de la Universidad Internacional de Andalucía, Santiago Alba Rico recordó que los intelectuales críticos ("los militantes del lenguaje, los agitadores políticos-literarios") tienen también que enfrentarse a otras dos dificultades. Por un lado, a la dificultad de "relativizar el relativismo y de laicizar el laicismo", sin caer en la tentación de aferrarse a certezas concretas y absolutas recurriendo a argumentos esencialistas. Por otro lado, a la dificultad (ligada directamente al campo de la estética) de encontrar (e inventar) procedimientos estilísticos y narrativos que permitan a los autores de ficción despertar a las "ranas adormecidas" de las que hablaba Belén Gopegui, "haciendo visible aquello que ya está a la vista pero que no se ve".